Uno de los mayores autoengaños con los que me he encontrado a lo largo de este -no nos engañemos aún bastante breve y seguramente más ignorante- caminar que está siendo mi vida es aquel que va de la (excesiva) sensibilidad que tenemos para/con los demás. Somos tan susceptibles hoy día…
Muchas veces reflexiono con emoción y bastante admiración sobre cómo he visto evolucionar a amigos, familiares, y otra gente no tan cercana pero con la que he tenido contacto.
No sé mucho sobre psicología evolutiva, pero sí puedo decir que he observado claramente algunas cosas llamativas en cuanto a lo emocional y relacional en el ciclo vital de los que me rodean.

Y va llegando a los veinte, y en los veinte de repente la gente empieza, poco a poco, pero cada vez más a coro, a pensar y a veces a expresar que necesita respetarse más a sí misma, que merece más para sí, y empiezan -qué típico- a no querer, pero sin decirlo, ir de cena con el grupo precisamente a “ese” sitio, porque «están cansados de no poder elegir nunca» –burda mentira; impresión, recuerdo falaz (como todos)-, o a poner pegas al menú, o a las tapas que van al centro, porque claro, sin esos mejillones en los que les va la vida, ese trocito presente de su ego que significa el plato que nadie más quería se sienten invadidos por lo externo, por los otras… Acaso no es obvia la carencia de carácter y fortaleza interior… apenas unos años antes no hacía falta porque la generosidad permitía a todos ser ellos mismos –¡¡qué gran precio y paradoja!!-, pero cuando aparece, si no se le impide el ego viene para quedarse y es malo como la tiña, el peor de todos los males se ha dicho siempre… Y todos empezamos a cargar y a acumular hasta que es demasiado y nos alejamos, nos separamos como sumo ejercicio de autoafirmación… y lo hacemos con ficciones como “tengo que ser yo mismo”, “esta gente ya no me aportaba nada” o “yo estoy en otra fase” y “necesito nuevas compañías” o “tengo que aprender a decir que no” y “no tengo porque hacer cosas que no quiero” (que sutilmente malvada es esta última)… claro siendo frases llenas de sentido y sabiduría en según qué circunstancias pueden ser tan fácilmente usadas para hacernos daño, para autolesionarnos…
Y es que el ego es tan potente que permea todo e incluso los más fuertes, los que no llegan a entrar en el juego, llegan a necesitar buscar relaciones más sanas y pueden caer, puede pasar que la semilla de la mezquindad anide en sus corazones, y rompan la relación en lugar de hacerla evolucionar. Pero claro, si eso fuera fácil…
Pero vaya, sin duda lo que hace falta hace y por donde se tiene que pasar hay que pasar (y sin dudarlo), y seguro que la parada en esta estación es fundamental para el desarrollo de la identidad individual personal, pero, sabes, yo soy de pensar, al menos a día de hoy, que algunas estaciones deberían ser apenas apeaderos, trascendidos lo más rápido posible, porque sin interrelación no hay vida (¿plena…? O a secas…). Algunos quedan varados y van enfermando, y con el tiempo forma parte de ellos sin darse cuenta. En realidad en todos al menos parcialmente…
¡Ai! El paraíso perdido… nunca entendí esa afirmación cuando dicha sobre la infancia, excepto en una cosa, que ciertamente me duele… sí hay algo que echo de menos de esa época, sólo una cosa, pero vaya, qué cosa. Si hay algo que me gustaba realmente y que disfrutaba a manos llenas era sencillamente… esa manera directa, inocente y honesta, muy honesta, de relacionarse… generosa, sin cargas, sin heridas, ni piedras en la mochila. Ese, “hola con sonrisa”, servido frío, crudo, sin cortapisas, y sin miedos, en un mundo donde no existe el rechazo, la sensiblería –sí la sensibilidad, y mucha, pero esa es la buena-, y donde dar y recibir no pagaba aranceles ni peajes, porque los aranceles nacen del ego, y el ego, pecado original de toda religión, filosofía o espiritualidad, sólo genera dolor…
Sí, lo sé, parece que no, que es al revés, que debemos aprender a decir “no”, pero lo difícil es, créeme, decir «sí»… (Lo difícil es saber cuándo y cómo una o la otra claro, pero con el devenir de los años la balanza está demasiado tiempo en el lado interior del no).

Una de las cosas más potentes que nos trajo la modernidad –por Era Moderna–, tanto a nivel emocional como racional, es el hombre histórico –sigo a Mircea Eliade en “El mito del eterno retorno” esto.
Pero como todo lo potente, y siendo claro que cuanto más grande es la cara más grande es la cruz, el reverso emocional que nos deparaba era grande. El hombre histórico, “no puede” olvidar como lo haría una mente pre-histórica –no prehistórica-, y en lo emocional, la carga es tan grande que si no evolucionamos emocionalmente echando mano de todo nuestro CE a la par que vivimos, como mínimo a velocidad igual o mayor, estamos bien jodidos –y perdonadme la expresión, pero si hay un escrito que merezca relevancia emocional, sin duda es éste-, porque sin herramientas con las que digerir la heridas pero también las constataciones, trascendencias y aprendizajes racionales y conscienciales estamos a merced de los elementos… Y es que los recuerdos son mentira, y son primos de la melancolía y la tristeza… Pero la historia -historiografía emocional- no es como la crónica, mero relato de sucesos, es su hermana profesional, ejecutiva, de traje, corbata y gemelos, y es eficiente y dura, metálica y contundente…
Pero es aún peor, porque la modernidad nos trajo también un desarrollo superior en lo racional y en la consciencia… ¿qué es al fin y al cabo comprender históricamente causas y efectos, si no más consciencia racional…? Cómo digerir todo esto… y cómo digerir la guinda que nos puso el siglo XX y que está rematando el s. XXI con más presión, más estrés, más vampirización (Schopenhauer), más mentalización de todo cuanto existe, más satisfacción inmediata, más carencia, más necesidad, más azúcar…
Vaya, la madurez personal y social parece implicar estas cosas…
Y uno no sabe si es que está poco preparado por inocente para el medio social, o en realidad, está más bien perdiendo la batalla frente al medio social cuando está permitiendo que éste le cambie hacia la mezquindad… A veces pienso que uno no pueda, otras, especialmente cuando me dejo llevar por mi intuición o cuando observo a gente realmente grande –como si supiera lo que quiere decir esto- me parece lo contrario…
Es propio del proceso de envejecimiento la pérdida del cartílago emocional, de la frescura y la elasticidad, cómo no, de la flexibilidad…
La generosidad, la bondad de corazón, la apertura emocional, como no podría ser de otra manera es síntoma de salud emocional, de abundancia de la misma, de fortaleza de carácter… a mí, que tengo cierta tendencia a la arrogancia, a la grandilocuencia, y a las sentencias me gusta decir que la excesiva sensibilidad es propia de débiles… que como no se creen fuertes.
Poca conclusión tengo, pero sí tengo clara una cosa, aquí, dentro en el mero centro de mi corazón, habrá siempre una irreductible, ilusionante, pero sobretodo ilusionada energía infantil, lo más generosa que pueda resistir en su compresión de que todos somos humanos y constante en la busqueda de la abundancia en cantidad y calidad de uniones y relaciones, aunque para ello necesite evolucionarlas una y otra vez, porque aunque todo lo demás sea dubitable, lo que está claro es que uno se falla a si mismo más que en cualquier otra circunstancia cuando las heridas lo cercenan de verdad, cuando deja de ser uno mismo, sea en el sentido que sea.